Rendida de la edad casi olvidada,
pensar podrá la carne triste mía:
¿hacia dónde nos arrastra el día?
¿por qué sangra la daga envainada?
Entre a mi cuarto. Vi que asesinada,
lúbrica y pura, una llama fría,
celosa de su soledad ardía,
perdiendo el peso ciego de su espada .
Labios que a la noche solo han dado:
Voluntad de morder y Ser mordido
y un latido sin pulso derramado.
Por aliento al silencio incendiado:
tendré, otrora, en el pecho hundido
un temblor de horizonte enajenado.