Forja
Eres un hombre.
No un niño con el pecho abierto,
no un mendigo de consuelo,
no una vela que se quiebra con el viento.
Así que trágate el miedo,
guarda las lágrimas en el bolsillo
y camina.
No te muestres desesperado,
aunque la noche te trague los huesos,
aunque el silencio pese como un cadáver
sobre tu espalda rota.
No hagas ruido.
No des señales de que la tormenta
te arrancó la piel a jirones.
Aprieta los dientes y sigue.
Acepta el dolor,
el látigo de los días amargos,
el filo de la incertidumbre
cortando tu orgullo hasta hacerlo polvo.
Esto no es una tragedia,
es solo tu turno en la forja
donde se funden los grandes.
Cada gran hombre caminó por el fuego,
lo respiró, lo dejó entrar hasta las entrañas,
y cuando todo ardió,
cuando no quedó más que ceniza,
se alzó,
con el hierro endurecido en la piel
y el corazón tan afilado como un cuchillo.
Así que sufre.
Pero sufre en silencio.
Porque los fuertes no lloran su suerte,
la transforman.