Intento cazar palabras, son expertas en huir de mí.
No es que las musas no me toquen, ni el mar ruegue que le escriba, resulta que las palabras me huyen.
Quizá el mismo mar se las llevó, para darlas a quien las necesita.
Tal vez el océano se lleva el oro en regalías por tantas obras a su nombre, le reparte a la luna y al cielo y hasta regresa dividendos a quienes derrochamos sangre y tinta a su nombre.
Espero así, sea para que la vida me recuerde, el sol me recuerde, las margaritas me recuerden, tanto como yo a ellas, para que mi mal pulso quede grabado en un cachito del Corazón de Gaia.