Entonces tú y yo que nos queremos,
que no comemos ciertas cosas
sin que el otro aparezca,
sin que nos acordemos de una tarde
en un paisaje montañoso
y un tren en que volvimos hablando de comidas
cuando lo que buscaban nuestras lenguas
era hundirse juntas,
hemos vuelto a las preguntas amables de transeúntes conocidos.
Descarnamos hasta ser estas voces
que preguntan del clima.
Mira lo que ha podido hacer en el teléfono la lejanía:
apurarnos a un tiempo cortés indiferente
en que éramos transeúntes conocidos.