Baja de imputabilidad
Bajo el peso de la ley,
el futuro se quiebra,
se reduce a un número,
a un umbral que ya no es el mismo.
La infancia se desvanece
en el filo de la condena,
y las manos pequeñas
que antes jugaban al sol
ahora tocan el hierro de una puerta cerrada.
¿Quién decide cuándo un alma
deja de ser un niño?
¿Quién marca la línea
entre la desobediencia y el delito?
El tiempo avanza,
pero el corazón de aquellos que aún no saben
se convierte en prisionero de su propia edad.
Bajar la edad de la imputabilidad
es un grito de desesperación,
un intento de frenar el caos
con más paredes, más cadenas.
Pero las cadenas no curan,
no rehabilitan,
no salvan las mentes perdidas
en un mundo que no las entiende.
¿Dónde está el futuro de aquellos
que nacen con sombras,
sin oportunidad,
sin guía?
¿Dónde está la justicia
cuando se olvida el origen del mal?
El amor, la compasión, la educación,
esas son las armas que deberían gobernar,
pero se reemplazan por la condena,
por el castigo que no enseña
y solo arrastra al abismo.
El debate sigue,
y las voces se alzan,
pero la verdadera pregunta es:
¿qué hacemos con la juventud
que no ha sido escuchada
ni entendida
antes de ser juzgada?
