Ya cabalga Diego Ordóñez, ya del real había salido,
armado de piezas dobles, sobre un caballo morcillo;
va a retar a los zamoranos, por muerte del rey su primo.
Vido estar a Arias Gonzalo en el muro del castillo;
allí detuvo el caballo, levantóse en los estribos:
—¡Yo os reto, los zamoranos, por traidores fementidos!
¡Reto a mancebos y viejos, reto a mujeres y niños,
reto también a los muertos y a los que aún no son nacidos;
reto la tierra que moran, reto yerbas, panes, vinos,
desde las hojas del monte hasta las piedras del río,
pues fuisteis en la traición del alevoso Vellido!
Respondióle Arias Gonzalo, como viejo comedido:
—Si yo fuera cual tú dices, no debiera ser nacido.
Bien hablas como valiente, pero no como entendido.
¿Qué culpa tienen los muertos en lo que hacen los vivos?
Y en lo que los hombres hacen, ¿qué culpa tienen los niños?
Dejéis en paz a los muertos, sacad del reto a los niños,
y por todo lo demás yo habré de lidiar contigo.
Más bien sabes que en España antigua costumbre ha sido
que hombre que reta a concejo haya de lidiar con cinco,
y si uno de ellos le vence, el concejo queda quito.
Don Diego cuando esto oyera algo fuera arrepentido;
mas sin mostrar cobardía, dijo: —Afírmome a lo dicho.