Angel Guinda

Entre quitamiedos

de sangre el hombre de humo viaja a la velocidad del furor en un coche con neumáticos de alcohol, llantas de irritación y cafeína!

Desciende a tumba abierta un puerto. Esnifa con sus ojos grageas blancas por línea discontinua.

(Vientos gitanos barren tierras quemadas.)

El hombre de humo asciende otro puerto. Brama el motor, barritan los frenos. Claman sus mordajos a la copa de los árboles:

—¡La realidad mata! ¡Tumbad la realidad!

Ya en la cumbre, el hombre agobiado sale al zaguán del abismo, aparta nubes, vocifera en zigzag:

—¡Eh, vosotros, hipopótamos con frac; orangutanes con pajarita, hienas con tacones de aguja; tenias adictas a la codicia! ¡Sí, vosotros: acercaos más, más! ¡Me rajaré el vientre, desenrollaré mis intestinos, los enroscaré a vuestro cuello y os estrangularán como serpientes!

(Dándose cabezazos contra el aire, flota por el vacío el eco descomunal del luto.)

[ ]


Eras el mar abierto a la obsesión del faro. Una gota de sol congelada en la noche.

( )

Eres la mancha de agua en un relámpago de sombra. La estatua de aire sobre un pedestal de niebla.

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