El reloj marcaba las diez,
A mi puerta esperaba mi suerte de olvido.
Y en ese instante, un cálido susurro a mi oído me dijo:
“Inherente es la tristeza en el hombre, pero el amor desapercibido desde las sombras siempre aparece”.
Luego ví tu rostro y no pude evitar llorar,
Pues sentí que había encontrado mi paz.
Ahora los cielos no se ven tristes en invierno
Porque eres el sol que me da sosiego.