Justo como en nuestro último abrazo, hoy me pegó el golpe del destajo.
Ese de no saber cuál camisa te pones,
ni del color de tus cumbias por las tardes,
o aquel de la sutileza de tu sonrisa.
Ahora solo me toca recibir pedacitos,
lo que usted guste compartirme.
Aquí estoy sin estar; ahí no estoy estando.
Debo decir,
es curioso:
no nos destajamos exactamente por la mitad.
Cuando ocurrió, resultó que tú te quedaste con los libros
los que nos vieron crecer;
yo me marché con nuestras letras.
Las usaré para reivindicar el derecho
A que tú y yo volvamos a ser Pangea.
Así caminaremos y nos reencontraremos en Brasil
libres
hasta no tener ni un estúpido centímetro de distancia por en medio.
Este anhelo mío,
Como es solo un anhelo,
estará un rato en sala de espera.
De momento
quisiera nos fuéramos despojando del dolor de nuestras ausencias.
Pero, si no se quita con mi llanto,
y tampoco con lejía,
a lo mejor solo se sacude.
¿Cómo se sacude? No lo aguanto; me desconcentra de las causas del patriarcado.
Podré estar riendo por las calles a las 2 am,
hablando de los silencios,
de disfrutar mis odios,
y a las 4 a m sentir la certeza,
el nuevo destajo:
contigo no estuve riendo ni hablando.
Si quiere, se puede quedar. Buscaré aceptarlo.
Nada más no hagas tanto ruido, dolor.
Los vecinos se quejan
Y yo no sabré responder sin agitación.
No te preocupes, amor.
Uno de estos días
cerrará la herida,
andaré por Barcelona
pondré mi cara al cielo
y seré feliz:
Las estrellas me recuerdan
a los lunares de tu mejilla izquierda.