Alfredo Arvelo Larriva

El gran silencio

                                       

I

 
La tarde es dulce y grave cual una novia triste
que deshojara, juntos, un sueño y una flor.
La inmensidad celeste de suave azul se viste,
de azul semidorado por un leve fulgor.
 
El rudo mar sonoro colérico persiste
en la canción eterna, rimando su furor.
Mi espíritu orgulloso y enérgico resiste,
como un fornido Atlante, su carga de dolor.
 
Bajo el azul sereno, frente al Destino obscuro,
abarco en una sola visión cielo y Futuro
y un formidable enigma pretendo descifrar.
 
El cielo está impasible y el Porvenir callado;
y la mudez del Tiempo sobre mi duelo airado
es la mudez del cielo sobre el rumor del mar...
 
                                       

II

 
Ante el silencio enorme del porvenir, medito;
medito bajo el hondo silencio del espacio,
mientras la tarde muere, de azul y de topacio,
y el mar sañudo lanza su interminable grito.
 
Y pienso que el asedio del Mal no es infinito
si la esperanza es fuerte y el corazón no es lacio.
Y siento sano y joven mi espíritu, reacio
al abundante influjo del Ananké maldito.
 
El Odio intenso y grande me da su fuerza ruda.
Me la da el Amor la dulce constancia del anhelo.
La Juventud sagrada con su vigor me escucha.
 
Y con orgullo noble, sin demandar consuelo,
al formidable enigma mi voluntad saluda
en el silencio augusto del Porvenir y cielo...
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