Alfonsa de la Torre

El rostro de la paz

     Igual que un rostro virgen rosado por la aurora
encendido por fraguas de amores sobrehumanos
con viólas esbeltas de callados ardores
y palideces ebrias.
 
     Igual que un rostro nuevo que asalta sin sentirlo
y embriaga por sorpresa,
y aprisiona por gracia,
y por amor perdona el temblor y el espasmo.
 
     Como un rostro sin fauna, sin flora y sin especie,
sin género ni número ni nombre que le cuadre,
soñado en los carismas y en las apoteosis
y en los apocalipsis.
 
     Igual que un joven rostro con cresta de metopa
y entrecejo de tímpano embutido de arcángeles,
con mirada evangélica de virtudes y músicas,
de frutas y zampoñas.
 
     Igual que un rostro hermético de esfinge milenaria,
con corazón de pórfido y pupilas de nave,
recostado en un gesto de promesa sin firma
y de ilusión estéril.
 
     Como un rostro de fábula en medio de la fronda,
hollado por doncellas y ninfas huidizas,
que excitaran amores bajo copas de árboles
para matar sus héroes.
 
     Igual que un dulce rostro de cementerio antiguo,
recubierto de musgo y de barbas de hiedra,
con círculos de muros para abrazar sus muertos
en medio de la noche.
 
     Como un rostro de niño ahogado en una alberca
por acariciar ovas y peces solitarios,
por poblar los torrentes de sus truchas perdidas
y curar tiernas alas.
 
     Como fija mirada de inteligente perro
que por ser más que perro no siguiera a su amo
y durmiera a la sombra de los humos más frágiles
disueltos entre nubes.
 
     Así como un secreto de místicos estigmas,
como la faz de un muerto que alentara a los hombres,
como voz de epitafio que no acaba en olvido,
o un largo amén sin labios.
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