Una carta
Si supiera leer la palma de mi mano, me pegaría una cachetada por las veces que eh errado, por las que eh guardado, malgastado, la línea de la vida se bifurca hacia la cabeza haciéndola pensar que el corazón no está vivo, o simplemente dormido, monte de venus, las estrellas, las pupilas, las fugaces alegrías, voy caminando detrás de mi cuerpo... soy tan necio que te veo regando una planta y solo me fijo en tu silueta, en tu sonrisa, en tus labios, me perdí la verdadera belleza, tu felicidad al ver la naturaleza, mi naturaleza es violenta, a veces tierna cuando el corazón lo saco para afuera –mira mi palma, te doy mi corazón–. Creo que soy nadie para vos, y por ello debería contarte lo bueno de mí, pero no... hay días que veo el cielo negro e intento al menos pintarlo de gris, hay veces que mis sábanas me abrazan y la oscuridad se apiada de mí, hay veces que guardo dolores sin tener un espacio vacío o símil, hay veces que pierdo, que me pierdo, que pierdo el “que”, perdiéndome... Me encuentro, entre cierro los ojos, miro mi palma, monte de Saturno, confundo el destino, a Marte voy o era amarte voy, arte doy, –partes de mi te doy–. Es infinito lo que no se o un sin fin de hitos que no pude ver, tal vez por eso no te crucé, monte de la luna inspírame, parezco una hoja marchita que cae al suelo, una lombriz comiéndome, luego abono, hielo invierno, luego raíces, –mira mis ojos brillosos mirándote–, no pretendo ser la planta que regaste, solo quiero verte sonreír, pintar tus días de colores, sentir, expresarme y vivir, hasta que las líneas de mi palma se crucen con las tuyas.