Hay veces en el intransigente del andar
entre esos destellos donde solamente contemplamos las partículas a la vista del reflejo del sol.
Así a su ritmo.
Flotan.
Divagan.
Y laten por el espacio.
Pero un día.
Por un tiempo.
Por un lapso de tiempo.
Se mezclaron tanto al punto de empaparse.
Solamente fluían en la comodidad.
Se fundian en forma de espejo varias veces.
Penetraban en lo hondo y volvían a salir.
Pero se quedaron en la orilla.
No alcanza, nunca alcanzo.
O el agua está muy fría.
Y el sol está pegando directo pero hace sombra.
La hora no es la exacta.
Y el viento sopla así blandito con poca fuerza.
No alcanza, nunca alcanzo.
Y nuestra cabeza colapsa.
Es como querer meter esas cintas largas y finitas, toda en un vasito pequeño de tequila
pero es escurridiza y se sale.
Aunque la presiones con fuerza, sus ondas se escabullen y saltan.
La cinta se sigue y sigue alargando, siempre quedan partes salientes.
Irresueltas y agónicas como un inhóspito mar de puntos suspensivos.