Te busqué en el filo de la tarde,
en los pasos que olvidaste
al partir sin despedida.
Eras un quejido detenido,
un mar que nunca regresa,
un rincón perdido en los días.
Cada instante me arrastró a un recuerdo,
fragmentos de todo lo que fuimos,
y, sin embargo,
quedé con las manos vacías.
¿Qué queda cuando el tiempo se detiene?
Un camino que es un laberinto,
un ayer atrapado en su cárcel,
un fuego que arde sin sentido.
Te busco aún,
aunque sé que ya no estás.
Sigo andando
por las calles que un día fueron tuyas,
esperando... sin esperar nada.