Fluye el río sin prisa, sin miedo,
como el viento que danza sin rumbo,
cada instante un latido, un misterio,
un sueño que nunca sucumbe al segundo.
Las olas que besan la orilla,
se van, pero siempre regresan,
como historias que siguen y brillan,
como huellas que nunca se cesan.
No hay punto final en el alba,
ni sombra que oculte el fulgor,
cada noche renace la calma,
cada duda se torna en color.
Vivir es no ser un destino,
sino un viaje sin puerto ni fin,
un susurro en el eco del tiempo,
una luz que no deja de arder en su esplín.
Porque el fin es solo un comienzo,
porque el hoy es semilla del más,
y la vida, con todo su empeño,
se niega a dejar de avanzar.