Enamorarse es levantar un cielo
con las manos desnudas,
erigir un sol que arde solo para dos
y confiar en su fulgor incierto.
Es dibujar promesas en el aire,
darle un nombre eterno a lo fugaz,
rezar ante un dios que sonríe
y que, sin querer, también olvida.
Pero todo templo tiene grietas,
todo altar conoce el polvo,
y un día el fuego que creímos nuestro
se disuelve en el viento de la duda.
Aun así, volvemos a encenderlo,
a creer, a inventar otro milagro,
porque el amor, aunque caiga,
nace siempre de su propia ruina.