Apenas despuntaba el temblor de la aurora,
y el campo callaba susurros de sombra.
Lucía, la hierba teje un lecho callado,
y en el aire palpita un beso extraviado.
La alondra, en su canto, murmura al abeto:
“Guarda el eco furtivo de un dulce secreto.”
Las hojas tiemblan como labios de escarcha,
y en su sigilo danza la huida de la muchacha.
“Ven, que la noche aún tiñe su velo,
y el día no sabe de este desvelo.
Pero pronto, del río surgirán rumores,
y habrá testigos de nuestros temblores.”
El prado escucha sin juicio ni prisa,
y el alba confunde los pasos con brisa.
De lejos, un eco: quizás un llamado,
y el miedo florece donde hubo pecado.
Cae el silencio, denso como espina,
y el corazón gime la culpa divina.
Mas queda en el viento, furtiva y ligera,
la promesa truncada de otra primavera.