En la antigua Roma, un ritual se alzaba,
Lupercalia, fiesta de fertilidad y desenfreno,
sacrificios y danzas, la pasión desbordaba,
celebrando la vida, el instinto más terreno.
Con el tiempo, la fe cristiana emergió,
San Valentín, mártir del amor sincero,
unió en matrimonio a quienes el poder prohibió,
sellando con su vida un destino verdadero.
Así, febrero cambió su rostro y sentido,
del fervor pagano al romance actual,
corazones y flores, un amor compartido,
una tradición que el tiempo supo transformar.
Hoy celebramos con cartas y canciones,
un legado que siglos logró traspasar,
desde Lupercalias hasta corazones,
la esencia del amor perdura sin cesar.
Y hoy, en cada flor, en cada verso,
late su espíritu en el universo,
recordándonos que el amor sincero,
es el tesoro más puro y eterno.