En lo más recóndito de mi ser callado,
anhela mi espíritu el Verbo encarnado.
Aurora infinita que rasga tinieblas,
tu fulgor eterno mi pecho celebra.
Oh lámpara excelsa de llama divina,
tu guía santísima mi senda ilumina.
De ciegos abismos redime mi alma,
y en tus dulces brazos halla eterna calma.
Eres Tú, Maestro, la senda y la vida,
el faro en la noche, la luz encendida.
Tus huellas sagradas mi paso persiguen,
y en ellas mi ansioso deseo persiste.
Con voces celestes mi corazón clama,
por ti, Redentor, oh celestial llama.
Purifica mi llanto, mi culpa y mi herida,
condúceme al Reino, oh Fuente de vida.