Zamioculca
La felicidad de los ramajes no tiene cálculos.
Los tentáculos de un par de nubes
me hacen cagar mejor
que el bigote de papá enojado de Alberto Fernández.
Elaboré 69 artículos sobre las ventajas de comer
carne de niños en edad escolar.
Manoseé una planta
y busqué en un diccionario de botánica su nombre: Zamioculca.
En mis cenas familiares cuento acerca de mi dendrofilia
pero a todos les cae mejor mi experticia en plantas.
Prefieren que evite el bamboleo
de mis genitales en los árboles
y no argumente con taxonomías reprochables.
¡Oíd, argentinos muertos!
“Para zurcir la grieta, mejor explorar las zanjas”.
Y seré claro:
Los tratados sobre violines
no incluyen el manoseo del arco
con el consentimiento informado.
Afinamos en 440 desde los nazis.
Y siempre, a las 3.30, suena la alarma del leprosario
y las bestias se hunden como inquisidores pálidos.
El Medioevo está de fiesta con el ingenio de las redes.
Desde que me bajé guasap
Stamateas se reconcilió conmigo.
(011-15-960...) (Error en la descarga. Porno ilegal.)
Pero, bueno, si de números se trata,
ojalá René se hubiera suicidado en su calle 13
en nombre de la lucha de clases
y en el nombre de la cajeta de sus rimas.
Creo más en las lágrimas de la rana homónima.
Y, si me apuran, hasta René Descartes
tiene un cogito tan maltrecho como el recto de Colón.
Porque sí,
a los racionalistas y a los conquistadores
se les agranda el colon muy seguido.
La fijación anal de los ahorristas del 2001, ¿no?
La fase preedípica del kirchnerismo
en el “sol sin drogas” de Duhalde y del Diego.
Y no me vengan con que Lacan esto, Derrida lo otro:
el ojete estrecho no se subvierte con posestructuralismo
sino subiendo a la calesita con rameras
(las hijas de las ramas, en el frío castellano sin lunfardos).
La lengua que heredamos del rey
dice follar y si escribo follar
no pienso en la cama,
sino en el bosque, en el tronco
y en la boca de vegana de Blancanieves
escupiendo la leche (de almendras) al pasto.
Y bueno. Si me dicen que nada me importa,
no me juzguen:
Abel Pintos garcha con conejos. Y me consta.
Del libro “Por la abolición de la realidad”.
