Un día los solitarios van a quemar todo.
Los solitarios que bajaron primero de los árboles
cuando el viento del comienzo arrasó a nuestros abuelos,
los solitarios que se esconden en las tormentas,
los que deambulan por los pasillos de los hospitales,
las hojas crepitantes de los manicomios
o sordas siluetas sangrientas de cárceles.
Son los solitarios que no tienen el glamour
de los solitarios de montaña,
no son los iluminados ni los desapegados
ni su barba es sabia o su palabra diáfana,
no son los que traen mensajes de los dioses
aunque pueden cargar con los cadáveres divinos,
y sí, no sabrán respirar como Buda
ni susurrar como Jesucito
pero te hacen bailar al son la guadaña de la Quía como nadie.
Un día lo van a quemar todo.
No habrá Marx que los profetice
ni sacerdote ruin que los bendiga.
No besaron lágrimas descamisadas
porque lo suyo son los harapos,
la zozobra, los caparazones, el carro oscuro,
el naipe húmedo, el asma, la locura.
El fondo de sus ojos
trasluce las llagas del mar,
la maldición de todo nacimiento
y el terror de los dragones
cuando vieron perder su fuego.
Esos solitarios, a esos les canto.
Y sí, quizá empiecen por nosotros.
Quizá el incendio empiece por nosotros.
Ni por los dioses que los escupieron
ni por los dueños del circo
o los que trafican el pan de cada día.
Quizá nos quemen mañana.
Por no saber oír el llamado de sus ojos.
Por no aceptar que ellos son nuestros aliados.
Un día los solitarios vamos a quemar todo.