El soberano Gaspar
par es de la bella Elvira:
vira de Amor más derecha,
hecha de sus armas mismas.
Su ensortijada madeja
deja, si el viento la enriza,
riza tempestad, que encrespa
crespa borrasca a las vidas.
De plata bruñida plancha,
ancha es campaña de esgrima;
grima pone el ver dos marcos,
arcos que mil flechas vibran.
Tiros son, con que de enojos,
ojos que al alma encamina,
mina el pecho que, cobarde,
arde en sus hermosas iras.
Árbitro, a su parecer,
ser la nariz determina:
termina dos confinantes,
antes que airados se embistan.
De sus mejillas el campo
ampo es, que con nieve emprima
prima labor, y la rosa
osa resaltar más viva.
De sus labios, el rubí
vi que color aprendía;
prendía, teniendo ensartas
sartas dos de perlas finas.
Del cuello el nevado torno
horno es, que incendios respira;
pira en que Amor, que renace,
hace engaños a la vista.
Triunfos son, de sus dos palmas,
almas que a su sueldo alista;
lista de diez alabastros:
astros que en su cielo brillan.
En lo airoso de su talle
halle Amor su bizarría;
ría de que, en el donaire,
aire es todo lo que pinta.
Lo demás, que bella oculta,
culta imaginaria admira;
mira, y en lo que recata,
ata el labio, que peligra.