Albañil de Atocha
Venías de la estirpe legendaria
del ladrillo el adobe y la argamasa.
Panadero cuyo pan era la casa
transpirada en la frente solidaria.
Llegabas y en tus manos iba el aria
de la simple esperanza, iba el asa
de una vida mejor e iba la masa
con que amasa el obrero su plegaria.
Quedará tu fantasma en la tristeza
con que las estaciones nos saludan
cuando nos vamos donde nuestro anhelo.
Tendré hasta mi tiempo en la cabeza
la certeza infantil de los que dudan
de verte en los andamios de algún cielo.
Estudiante de Atocha
Las hojas del cuaderno te han buscado
como buscan las cosas a su dueño
llevaban en sus símbolos el sueño
que en una pesadilla te han hurtado.
Un designio perverso el que ha nublado
de estupor este cielo madrileño
el día se hace gris arruga el ceño
y llora de dolor, desconsolado.
Estarás en los libros que yo abra
los bancos de estación, en el silbato,
el cuaderno del niño, el garabato,
el graffiti de amor y en la palabra.
Y tu adiós juvenil, beligerante
en cualquier estación: por un parlante.
Mujer de Atocha
Has quedado mujer vuelta la cara
en el rubor instantáneo de la muerte
quizás era el destino o fué la suerte
del hado que en Atocha te alcanzara.
La luz se ha vuelto sucia, gris, avara
el cielo se ha grabado al aguafuerte
y el cuerpo que vivía es un inerte
despojo, un mal reflejo, es una escara.
Fantasma en laberintos familiares
inasible, necesaria, casi nada
la madre de su hombre, la abogada
de sus hijos y el fuego en los hogares.
Será tu sombra el hada protectora
del antes del después y del ahora