En la oriyita de un camino muerto
po’el que no crusa ya ni un alma en pena,
más solita que crus en tumba’e pobre
te consumís, tapera,
rumiando tus memorias niblinosas
mientras carcome’l tiempo tu osamenta.
Los vientos aburridos s’entretienen
en desmechar tu quincha’e paja seca,
y encuadriyaos con el abrojo grande
y el yuyo colorao —qu’es pior que lepra—,
ortigales machasos
de tu vejés ya van tomando cuenta.
Por los rombones que te ha abierto’l’agua
meten tuitas las noches su alma negra,
enseñando el camino a las babosas,
que también e la entraña se te cuelan,
y a cuanta chamuchina
anda po’el campo en busca’e madriguera.
Y al ñudo se proponen alegrarte,
armando un bail’e lus en tu cumbrera,
esos soles güenasos,
que hasta en el lomo’e los inviernos yegan
a calentarle’l cuero al pobrerío
sin poncho no fogón, que por ahí pena.
Por tu tirante acarunchao, cacunda,
por tus cáidas tijeras,
por los terrones que se te amojosan
bordaos de telas de arañas secas,
anda tuavía el ricuerdo de las vidas
que anidaron un tiempo en tu pobresa.
Y en vano preguntás al bicherío
qu’en tu suelo pastudo ha hecho querencia,
qué jué del par de viejos,
de los gurises y la mosa aqueya,
que un crudo invierno, en el carrito enclenque,
repuntó pal camino la miseria.