Saúl Ibargoyen
, poeta de una tímida y desmedida erótica de la verdad
Saúl Ibargoyen
, poeta de una tímida y desmedida erótica de la verdad
Por Francesca Gargallo
Nació en Montevideo, Uruguay, el 26 de marzo de 1930.
Poeta, cuentista, novelista, traductor, periodista cultural, editor, coordinador de talleres de poesía, promotor cultural
Cuando la realidad es desmedida, la poesía no tiene forma de ser equilibrada. El eros, que es pulsión de vida y canto necesitado de romper barreras, construye entonces el nexo entre lo final, lo extremo de nuestra experiencia humana: el amor y la muerte, la finalidad y el término, el objeto y su anulación. Pero a diferencia de lo que se cree normalmente, la relación amor y muerte no es sólo la que lleva a Tristán e Isolda a espirar una en los brazos del otro, es también la de la siembra en temporada de seca, es la búsqueda campesina de una semilla que desafíe al desierto o al huracán, es la pulsión de un mejor futuro, es la cotidianidad política del poeta que deja sus palabras para que la gente las haga germinar.
Tengo el honor de conocer a poetas que desafían la censura implícita en la fama comprada con rodeos. Entre ellos, Saúl Ibargoyen es el erótico pronunciador de las “s” de la vida: sangre, sudor, semen, saliva, sentimientos, saudade, sobrevivencia, suspiros, sonatas, sur son las palabras que pesan en sus poemas, en sus relatos, en sus novelas y aún en esos híbridos novelescos que recogen sus memorias.
Desmedido como quien se libera de lo desagradable permitiendo a la escritura soltar las verdades que se guardan, Saúl Ibargoyen es conocido como “la gran coneja de la poesía uruguaya” por su capacidad de parir literatura: 40 libros de poemas, tres novelas, cuatro recuentos de relatos, una obra teatral, diversas antologías, la impresionante reflexión ético-política-sicoanalítica y literaria contenida en Sangre en el sur. El fascismo es uno solo son la avalancha de escrituras que su fértil pluma nos regala para inscribirlo, y de paso inscribirnos como lectoras y lectores, en el lugar de la vida, en el aquí y ahora que se multiplica en la hondura de los recuerdos, el arrebato de la pasión, la intensidad de la mirada amante.
Y desmedido como quien ha podido cantarle al mundo mejor y al sujeto del deseo carnal, haciendo de ambos un único objeto inalcanzable del deseo, Saúl es también un poeta de la palabra oral. Ha teorizado sobre las “hablas” reales de los pueblos que viven sin reconocimiento pleno, y que la literatura sólo recoge cuando la censura de lo reconocido ya no puede soportarse. Hablas en ocasiones poéticas y, en otras, prosas crudas de las fronteras lingüísticas, las que dicen las flores en el náhuatl castellanizado de Puebla o expresan posiciones en el español brasileñizado de la frontera norte de Uruguay, su frontera, su lugar del habla primigenia, su lugar de políticas necesariamente internacionalistas porque locales. El valor que Ibargoyen da a estas hablas lo lleva a reconocer, por ejemplo, el aspecto más entrañable del hiper-mestizaje múltiple de la realidad mexicana; eso es, el cosmopolitismo que se genera entre comunidades que hablan más de 62 lenguas antiquísimas insertas en un territorio castellanizado, cosmopolitismo que va de lo interno a lo exterior cuando estas 62 lenguas son las de los y las migrantes que reinventan la poesía política en la espalda que es puente en la frontera norte, según lo dijeran Ana Castillo y Cherrie Moraga.
En La sangre interminable, de 1982, novela que se ubica en la misma área de la frontera lingüística y política de los cuentos de Frontera de Joaquim Coluna, de 1975, Saúl monta tal y como lo haría un director de teatro, una narración de política, amor y muerte mediante dolores heroicos y cotidianidades laborales que se resuelven en metáforas históricas. Utiliza palabras y situaciones para expresar que entre las habilidades de sus personajes y el significado de sus actos en un clima de represión policial totalizante, se inserta casi como si fuera un personaje insustituible un lenguaje tan coloquial como reinventado por la necesidad de darle grafía al habla de la existencia popular. En Noche de espadas, de 1987, los neologismos, regionalismos, sincretismos son nuevamente los personajes de la trama de una lengua capaz de incorporar una palabra en guaraní y otra en francés para reconstruir la historia mítica y real de un Uruguay que es, en sí, todo él una frontera.
En Toda la Tierra, del 2000, la zona de la frontera entre Uruguay y Brasil sigue siendo desde México el espacio donde ubicar la lengua de la utopía de América, la lengua de un mercader musulmán, un cura campesino, todos con algo de indio y algo de migrante, con algo de negro y algo de culto, personajes de un habla que permite al autor inventar el derecho a ser de una compleja América nuestra para no errar en la repetición de lo consabido, según el mandato de Simón Rodríguez.
Así como consagra el habla en su prosa, de manera continua, sin ruptura de sentido, Saúl Ibargoyen se manifiesta como un poeta de la palabra vital en su labor de tallerista y periodista. Saúl es un educador nato, uno de esos hombres que en la juventud se aman sin posibilidad de poner límites al arrobamiento en cuanto se beben una cantina sin detener jamás el flujo de los recuerdos organizados por un superyó generoso. Es un maestro. Un hombre que narra porque sabe, que suelta la imagen en la palabra para explicar, para exponer, para proponer.
Saúl ha escuchado, formado, dialogado a centenares de poetas, despertando en algunas la poeticidad con sus propias palabras, y empujando a otras a no censurarse, a defenderse, a que nada ni nadie logre impedirles dar rienda a lo que las inscribe en el lugar de su ser. Se necesita el entusiasmo del adolescente, la fuerza del militante, la perseverancia del estudioso, el interés del enamorado, el cuidado del amigo, el todo aderezado de despreocupación por el bienestar económico y la atención por la humanidad de la otra persona para lograr una oralidad poética tan constructiva. Una oralidad que pretende unir el presente del poeta (¿de la poeta? a veces Saúl es bisexuado) al pasado mítico, al origen del versificar con la esperanza de un futuro donde se concrete la acción poética de cambio.
En Nuevas destrucciones escribe cual quisiera darme la razón:
Saúl ha dejado de beber hace años, sin embargo puede tomar una copa de vino en la mano y tras olerla declamar -¿declarar?, ¿afirmar?, ¿poetar?- que sin la búsqueda insaciable de la Musa, el sujeto-objeto inalcanzable del deseo, no habría poesía, porque es la mirada de quien anhela la que cambia la realidad (y la transformación del ser es el arte mismo).
La existencia de una musa total no es cosa menor para este poeta que tiene dos heterónimos, un muy místico Mahmud islámico y un amistoso Mishiko Hudo, de sintoísta memoria, con que homenajear insistentemente a la mujer que pone en peligro la seguridad del hombre construido por la sociedad tanto como al poeta que la desafía; eso es, heterónimos con que exaltar a la musa abstraída de la imaginación erótica de la lengua que pone en mayor peligro aún la imagen de lo real, la definición de la luz y la racionalidad masculinas.
Heterónimos que el político Saúl se atreve a citar para confirmar sus teorías de occidental sureño. Si Mahmud le canta al amor desde la obediencia del fiel, sus palabras son pruebas de una verdad imperecedera. Sin embargo, Saúl Ibargoyen las traiciona, y a la vez exalta, al hablar de la musa en rojo mayor como de una “muchacha sola en sí misma”. Para terminar de complicar las cosas, en torno al amor que es la fuente de palabras de la que abrevan esos seres conocidamente complementarios, en una ocasión Saúl me dijo:
¿Será que el poeta es tímido? ¿Será que la timidez es una componente de esa Gran Madre de la literatura que es la poesía? No deberíamos olvidar que Saúl Ibargoyen ha hecho del exilio, que es un espacio de extrañamiento de lo real conocido, un velo sobre la desnudez de la persona, una distancia, pues que Saúl ha hecho del exilio su ámbito de creación. Por ello pregunta a un gato rojo “¿Sabes tú en qué lugar nacieron/ estos árboles desgastados por el aire?”.
La realidad del exiliado es no poder entender cómo ha llegado donde está ni poder ser entendido a cabalidad porque entre él y el mundo nuevo que lo acoge se inserta una especie de espejo humeante –creo que esta imagen mexica de la realidad que despierta a la razón es muy concreta para describir a la emigrante, al exiliado-; de tal forma la expresión del exiliado es la del elemento poético que se devela sólo poco a poco, tras mucho hacerse del rogar. La expresión del exiliado es la de la timidez de la poesía, la timidez que desgarra el velo del silencio sólo gracias al ímpetu de la necesidad de decir para ser.
Timidez desmedidamente valiente, por supuesto, porque impulsa el balbuceo poético que afirma certeramente que todo es palabra, que quien decide escribir no siempre sabe qué lo empuja a decidir hacerlo y que la literatura es como un viento ciudadano que sacude los mantos que se han formado en aires distintos y están saturados de lluvia.
En El escriba de pie, libro por el cual el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) le otorgó el Premio Nacional de Poesía “Carlos Pellicer” para obra publicada en 2002, Saúl con tímida desmesura escribe, y prometo que con esto termino:
https://francescagargallo.wordpress.com/ensayos/ensayos-letras/saul-ibargoyen-poeta/