Al principio no había males,
pero tampoco había bienes;
pues si no existen los mares
tampoco existen los peces.
Apareció entonces la vida,
y la muerte llegó con ella,
pareciendo muy corta la ida
y demasiado larga la vuelta.
Llegaron otras emociones
—como la pena y la alegría—
que se unieron a las anteriores
porque ellas solas se aburrían.
Pero el valor nunca casaba
con la cobardía; y la verdad
–por su parte– tampoco ligaba
con la mentira y la falsedad.
El miedo decidió separarse
e irse a vivir bajo un puente.
El valor se hizo así cobarde,
y la cobardía se hizo valiente.
La vida intentaba matar a la muerte
para que no pudiera llevarse su vida;
y entonces vio que la vida se le iba,
ocupada en que la muerte muriese.
Quisieron que se marchara el odio,
la avaricia, el egoísmo, la tiranía...
y entonces se fueron yendo todos,
pero al mismo tiempo ahí seguían.
Sólo si el amor desaparecía
se moría igualmente el odio,
y comprendieron enseguida
que no existía uno sin el otro.
Decidieron sacrificar lo bueno
para poder acabar con lo malo,
y guardar las emociones dentro
de dos cajas con un mismo lazo.
Las emociones buenas en una,
las emociones malas en otra;
pero cuando abrían una urna...
¡sorpresa! La otra se abría sola.
Las buenas en una caja cualquiera,
las malas en la Caja de Pandora
o en algún caballo de madera...
para que otra vez ardiera Troya.
Pero pronto empezaron a aburrirse...
pues ya no conseguían sentir nada.
Vieron que era triste no estar tristes,
y no poder llorar aunque lloraran.
La felicidad estaba ausente,
y al mismo tiempo allí estaba...
El vacío hincaba sus dientes,
pero nunca se les clavaban.
Decidieron recuperar la caja
y llegaron al fondo del abismo.
Alguien había quitado la tapa...
¡y dentro estaban ellos mismos!
Era un buen sitio para quedarse,
y quizá nunca debieron salir;
pero ya no podían quejarse...
¡pues de nuevo volvían a sentir!
Las emociones se mezclaron otra vez,
y una vez más intentaron detenerlas;
pero lo que es así no va a dejar de ser...
un corazón siempre late aunque duerma.
Encerraron a Pandora en una casa
y la prendieron con cerillas y brea.
Aunque ella estuviera atrapada,
salió el humo por la chimenea.
Todo ese humo que les enfermaba
y que les sanaba al mismo tiempo,
como el antídoto que es el veneno
que se traga y escupe una cuchara.
Después de muchos años entendieron
que todas las cosas están mezcladas.
Que a veces el agua enciende el fuego,
que a veces el fuego se bebe el agua.
Vieron que a Pandora no podían quemarla,
que no podían luchar contra un espectro;
que aquella mujer solo era un fantasma
entrando y saliendo de sus pensamientos.
Comprobaron que era imposible contenerla,
así como lo era reprimir sus sentimientos.
Quisieron ahogarla en el vino de una botella
y descubrieron que Pandora... eran ellos.