Diestra y gritona amante mía,
siempre dispuesta a inspeccionar mi cuchitril para anegarte
con mis viciosos jugos,
esta mañana no voy poseerte hasta el desmayo
arrodillada sobre un cristal mugriento
que ensancha aún más la fisonomía
de tu antropófago deleite,
ni estrujarás tu balsámico sexo desmesurado
en mi boca de buril y lava;
deja que concentre mi mirada de caníbal infeliz desconcertado
en el sitio donde tus nalgas lujuriosamente se dividen
como compuerta de represa sin orillas
o como río inmóvil sobre el que se arroja el aguacero
con sus líquidos falos de agua múltiple
y en instantes sobreviene la inundación.
Escandalosa de mi intacta embriaguez,
más que refocilarme con la ceremonia de tus pechos
postrados
sobre las grosuras de tu mórbido busto,
hoy no me ruegues que sea el psicópata
de tu desvergüenza,
porque voy a encarnar al voyeurista
que observa, monomaníaco y feliz,
cómo deslizas el carmín por tus labios,
y revuelves tu pelo
para que cubra al desgaire la suculenta lubricidad
de tus hombros desnudos.