Ronel González Sánchez

Atormentado de sentido

Para Dayamí Pupo Ávila

A pesar de sí mismo y los fracasos
que corrompen su espíritu nihilista,
con la paciencia de un miniaturista,
alguien busca el sentido de sus pasos.
Los símbolos que ha visto son escasos
y no lo asiste su clarividencia
para diseccionar la resistencia
de los significantes ontológicos,
ni puede comprender los paradójicos
axiomas que proscriben su existencia.
 
Traducir, entender, fijar la esencia.
Reinvencionar un universo exhausto.
Venderle el alma al diablo como Fausto.
Transgredir lealtades con violencia.
El hombre se resiste a la inocencia
porque su vanidad lo ha vuelto crítico.
Azorado ante un reino tan mefítico
que lo reduce a un pálido argumento,
ni las falacias del conocimiento
le pueden aliviar su dolor mítico.
 
La luz suprasensible que bordea
el alma de las obras del vidente,
la santa indiferencia del creyente,
el icono contrito que gotea.
La conexión superflua de la oblea
con textos donde exigen que desuelles
al prójimo, la ciencia de los reyes
para ordenar quién muere en el combate,
el parafernalismo del orate
que, al suplicar monedas, dicta leyes.
 
La predisposición de la creatura
a integrar las heréticas legiones
de la contemplación, le otorga dones
administrados por la dictadura
de un ser incognoscible. La fisura
entre el Uno y su copia, es un exceso.
¿Quién es el heresiarca: el más poseso,
el sibarita o el bifronte abad?
Esclavizado por la inmensidad
de Dios, el hombre es un monarca…preso.
 
 
¿Para qué desgastarse en palimpsestos
que no devolverán una milésima
fracción de plenitud? ¿Por qué esta pésima
manía de volver sobre los restos
de la felicidad? ¿Pueden los gestos
desempañar la imagen promisoria
que anebló la tristeza? Perentoria
respuesta busca el hombre a lo capcioso,
a pesar de sí mismo y del astroso
dislate incomprensible que es su historia.
 
Desconocerse en una larga fila
de imágenes: angustia del ignaro.
Morir, sin entender el desamparo
que es la posteridad, nos aniquila.
¿Y es que hay algo anterior, que no asimila
un ámbito del post, de lo no ha sido,
aunque ya fue sin dudas? Desprendido
de un suceder que no sucede, el ente
no aspira a ser del iceberg la demente  
visión, sino el cristal que yace hundido.
 
Señores: no es que arrecie lo inconexo
de la modernidad, ni que las rosas
ya no tengan sentido, es que las cosas,
por inactividad, pierden el sexo,
y entenderlas requiere hallar un nexo
con su origen oscuro. De algún modo
las cosas retroceden, van del lodo
genésico al Aliento que edifica,
y se destruyen frente al mar que abdica
para anular lo idéntico. Eso es todo.
 
 
Como el pretexto que en la alquimia el sabio
arguye, convencido del misterio
que lo perpetuará, prudente y serio,
un fantasma consulta su astrolabio.
Honda es la noche que desvela al sabio
y al necio aturde con visiones mudas.
Serio y sobresaltado como Judas,
que nunca probará su aperitivo,
en algún aposento intelectivo
alguien siempre es vencido por las dudas.
 
Por todos los aedas libre Homero
hexámetros de díscola sintaxis,
y alguien le rectifique que la praxis
en soledad no es rito valedero.
¿A quién preposterarle el desafuero
semántico? ¿A quién mostrar un hilo
para que Egeo duerma más tranquilo,
cuando a la embarcación la empuje el austro?
¿A quién llevar, con devoción, al claustro
las aniquilaciones del estilo?
 
Agotados discursos sin idioma
—los ineptos definen y reducen –.
Sólo hondos espíritus traducen
el cansancio aparente que retoma
su verbal mármol de una edad en coma.
Sólo entelequias ven lo pitagórico
como una plenitud de lo teórico
y no como cancela del lenguaje.
Hay un sentido oculto, hasta en el viaje
interior, del instante metafórico.
 
 
Si ya todo está escrito, si se abstrae
la página al cifrar  “lo novedoso”,
¿para qué insistes, hacedor morboso,
en tu grafomanía que no extrae
la aguja del pajar? ¿Para qué atrae
tu adúltero lenguaje el panegírico
de los contemporáneos?  Ente empírico
que lo imaginarás todo de nuevo,
si tu horror al Vacío es tan longevo,
¿por qué persisten en llamarte lírico?  
 
En las postrimerías del lenguaje,
discurrir en estrofas es patético
porque aireado el oficio cinegético
de la creación poética, el trucaje
que fantasmagoriza el andamiaje
versal, por tremendismos se deforma.
La métrica aventura no es la norma
para enjuiciar escribas con justeza.
Sustentar un efluvio en la destreza
del artesano, no es vencer la forma.
 
Hilar tiempo es posible desde ruecas
interiores, que fijan el discurso
a la extrañeza, aislado del transcurso
escarnecido por palabras huecas.
Para el gremio asentado en bibliotecas
lo eternizable es un delirio crónico.
Sólo por espejismos lo canónico
es exterior, pero las estructuras
sinuosas, laberínticas, oscuras,
confunden al intérprete daltónico.
 
 
Las teogonías de Egipto, las doctrinas
de la esoteria, el peripatetismo
filtrado por Eleusis, van al mismo
tronco del árbol de Megara, en ruinas.
Los dogmas, las herejes disciplinas,
el panteísmo de la emanación,
¿a quién van a curar de la razón,
esa metempsicosis de la fe?
¿Para qué tanta histeria y para qué
atarse al banco de la erudición?
 
La perfección, el óntico dominio,
crea su proverbial imaginario,
y el celador escoge del bestiario
un ser dual e induce su exterminio.
Escoger, encarnar el patrocinio
de una especie, una cifra, un inmanente
acto de traspolar lo resistente
a la nomenclatura de unas frases:
hoy sabemos que sólo son disfraces
de un corrosivo arúspice impotente.
 
En La estructura ausente, Umberto Eco
describe el esqueleto de la obra
como signos en íntima zozobra:
una estructura es, por su eclipse, un hueco;
y añade, a pies juntillas, que el enteco
universo es un corpus excesivo.
¿Lo ausente contradice el sensitivo
fragmento de raíz sobreabundante?
¿Hay algo cierto que no sea flagrante
summa, derivación, logos, motivo?  
 
 
Por una posesión irrealizable
los signos tergiversan las ganancias
de alguna dimensión que nuestras ansias
alcanzar no han podido. Lo inmutable
hace tiempo dejó de ser confiable.
Pergeñar signos ya no nos preocupa.
Saber cómo el demiurgo los agrupa
o les da nombre no es asunto nuestro.
La creación es algo más siniestro                  
que leer el Zohar con una lupa.
 
Los textos revelados, la palabra
del Profeta, los folios alcoránicos,
las tablas de Qumrán y los satánicos
versos: todo responde a una macabra
genealogía que se descalabra
cuando lo subyacente, la estructura
profunda –según Chomski– se fractura.
Toda esa dispersiva concurrencia
mental, ¿podrá inducir a la obediencia
sin renegar de la Literatura?
 
¿Abjuramos de qué? ¿De quiénes? ¿Cuáles
renunciamientos nos harán ubicuos?
¿Renunciar y no huir de los perspicuos
senderos que los tristes inmortales
descaminaron antes? Sustanciales
peligros sólo un verbo los evoca.
Entre lo desandado y lo que toca
la intelección, una delgada hebra.
Renunciar no es ceder, pero celebra
si a veces te confunden con la roca.
 
 
Retórica, estilística, hermenéutica:
esdrújulas semánticas oscuras.
Idiotizada por las escrituras,
engendra la creación su terapéutica.
Subsume el esplendor de la mayéutica,
al hierógrafo, en vanos tecnicismos.
El texto es un desborde de guarismos
y el intérprete un reo de la alquimia.
¿Para qué pretender una obra eximia
si la saludarán con eufemismos?
 
El poeta de hoy siembra fronteras
que transmutan la hybris en pastiche
y el crítico en la rima ve un fetiche
donde ya no susurran las esferas.
¡Nuevas estrofas para nuevas eras!
—proclaman adversarios de lo retro -.
La estanza, ciertamente, no es un cetro
que el poema total a erigir vaya,
pero, aunque tenga fin la ciencia gaya,
a nadie extrañará que vuelva el metro.
 
Preguntas. Apotegmas. Signos. Temas.
Escritura. Traición. Poder. Psicosis.
Fértil, por obra y gracia de la gnosis,
el hombre colecciona epifonemas.
No resuelven sus íntimos problemas
las palabras, desastres fugitivos.
De tránsito en el bodrio de los vivos,
la realidad le dicta que proteste,
y morirá por ella, aunque le cueste
abjurar de sus hábitos gnosivos.

(2005)

Décimas endecasílabas. Poema final del libro Atormentado de sentido, para una hermenéutica de la metadécima (2007). Premio Iberoamericano Cucalambé 2006.

#MetapoesíaPoemaHermenéutico

Preferido o celebrado por...
Otras obras de Ronel González Sánchez...



Arriba