Como yo la esperé, también mi choza
con su alma sin vida la esperó;
y la ausente –esperanza vagabunda–
para hacerme poeta retornó.
A la puerta insegura de mi choza
la esperada viajera se acercó;
y, elevando su espíritu a lo Eterno,
por el juro olvidado suplicó.
Y sus pasos sonaron en mi choza
como la cadencia de un rondó,
y vino estremecida hasta mi lecho
como ave que el vuelo fatigó.
Sintióse renacer toda mi choza
amparando a la ausente que llegó:
vestía un traje rojo, que encuadraba
su cuerpo en una cárdena visión.
Fue la fiesta galante de mi choza
cuando a la viajera recibió;
hubo entre sus tabiques alegría,
de su techo la dicha descendió.
Fue la fiesta galante de mi choza,
y a la suspirada amiga dio
apartado recinto para el culto
natural y candente del Amor.
Cuando hubo oficiado de mi choza
el semidiós pagano del Dolor
y llevé a la Anhelada hasta el sagrario
del Lecho –que su carne consagró;
cuando la Vida era sólo espasmo
y gemido y protesta y conmoción,
de las blancas paredes de mi choza
un himno a su belleza se elevó:
epitalamio para el Rito oculto
y aleluya triunfal para el Amor!