Raquel Ateca Moreno

Diálogo entre lo Sublime y yo misma.

Lo sublime: –Es de noche, y apenas puedo verte, deslizarme en tu seno de hierba es lo más sublime a lo que aspira esta bóveda invertida.
Yo: —Casi ciegan los ojos con los que me miras el vientre, todos los colores del bosque se comprenden linealmente allá donde tus quiero consisten.
—He de zafarme de esta marabunta aparente, sólo en el escalón que deviene al invisible se permea la esencia de un renacer injustificado.
—Trazabas al sol ondulante la más bella poética pupilando. Desconociste en mí toda apariencia, mas no por criba, fuiste la luz propia errante que persuadió todo el tiempo.
—Quizás un engaño.El trueno pudo tocar e intrépido besarte, intrusivo haz de enigma,... La intensidad proviene de lo externo.
—Y la subjetividad sólo tiene que desnudarse.Hiere la arena en los huecos reales, olvidé cómo consistir sin el hallazgo, ese que todo lo voltea.
—¿Es el hallazgo para sí un brotar azaroso? ¿Y si él mismo, refutante, eludiera todo solipsismo?
—Es el miedo lo que detiene el cambio.
—El cambio sujeto está a lo contingente, ¿cómo afectaría aquello al hallazgo? El arte penetra en la mirada, el papel es tan solo un soporte tras...
—Y así el juego brindó derramándose entre mis piernas. Aún así la eludes, la voluntad de deconocerte tras una máscara que justifique tu tacto.
—Mi tacto reposa en tu pecho. Hundí mis dedos hasta que más no pude, ¿no sientes aún cómo los impregno de tu savia roja?
—Querría derramarme en el devenir de tus sombras si supusiera saber reminiscente que te escondes lejos, mas lo suficiente para que pueda mirarte.
—Hay tantas cosas que querríamos hacer, pero... No se puede.
—Nunca el infinitivo había cobrado más sentido que en el escenario donde obvias que: nos encontramos.
—El síntoma de la locura, es ese que asoma pestañeando aun cuando los primeros rayos gatean.
—Nunca me sentó bien el café de lo desalmado, poner un pie en el hueco y todo su peso en vano... Triste y dulce calamidad del poeta que trasnocha.
—Círculo perfecto que evade toda trama sin puente, la redundancia de lo acabado, salir de aquí es como respirar bajo un riachuelo.
(...)
—No es el pesimismo la trampa eterna del arte, quizás la facilidad de lo no sumergido, del miedo incuestionable que brota...
—Y brota y brotan, tus ojos rotos al besarme.
—Jamás terminarás mis frases, la potencia de mis trazos se encripta en el sesgo de tu bello hallazgo.
—Entonces, ¿me ves ahora, de hecho? La profundidad pupila incuestionablemente, pero soy lo intrínseco que perdura. Hablo desde un yo lejano.
—Este que palpo cálidamente, mi rostro engulló la esencia de tu cuerpo salvaje, desde el momento último en que la puerta se abre.
—Yo pasaba y pensaba sin ser yo mismo, una tulipa me sorprendió ingrávita en el noúmeno de una noche precipitada.
—Así fue.Humo, mar, y jadean todas las olas vislumbrándote a ras del tiempo.
—¿Te enamoraste?
—Me enamoré.

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