Francisco de Quevedo

Represéntase la brevedad de lo que se vive, y cuán nada parece lo que se vivió

Vocabulario

“antaños”: Tiempos pasados
“junto”: Del verbo juntar
“he quedado”: El sentido es ‘me he convertido en’

Localización

El texto que se va a comentar es un poema incluido en el libro recopilatorio El Parnaso español y musas castellanas (1648), de Francisco de Quevedo (1580-1645), autor barroco español. Se trata de un poema de género lírico en el que el autor expresa subjetivamente, en primera persona, su inquietud por el paso del tiempo y la proximidad de la muerte.

Argumento

El autor se sorprende de la rapidez con que ha envejecido y de cómo le ha abandonado la salud; cae en la cuenta de que la vida ha pasado sin que él lo advirtiera, y de que está próxima su muerte.

Tema
El tema, frecuente en Quevedo y común en la época en la que escribe, es el tópico literario del tempus fugit, la fugacidad de la vida. Aparece claramente expresado en el título del poema: “Represéntase la brevedad de lo que se vive y cuán nada parece lo que se vivió”.

Estructura
El poema es un soneto: consta, por tanto, en su estructura externa, de dos cuartetos y dos tercetos. No se puede establecer con claridad una división desde el punto de vista interno, ya que, al tratarse de un poema lírico, no hay apenas trama argumental. No obstante se distinguen los siguientes núcleos de contenido:

-En los dos cuartetos: el poeta expresa su sorpresa y desconcierto cuando cae en la cuenta de que es anciano y no goza de salud: “¡Que sin saber cómo ni adónde / la salud y la edad se hayan huido!”.

En los tercetos: el poeta reflexiona y concluye que la vida es tan breve que no es posible distinguir la infancia de la vejez: “En el Hoy y Mañana y Ayer junto / pañales y mortaja”.

Aspectos formales

Poco habría que añadir acerca de la métrica del poema. La estructura del soneto es conocida: versos endecasílabos con rima consonante ABBA ABBA CDC DCD. Desde el punto de vista fónico, llama la atención las frecuentes exclamaciones y la interrogación del primer verso, que comentaremos más adelante. Esto, y el encabalgamiento abrupto en los versos 12-13, son recursos prosódicos propios de la estética barroca, exagerada, desmesurada, y expresan muy bien el estado de malestar e inquietud del poeta, conforme hemos apuntado al hablar del tema.

Lo mismo sucede al analizar los recursos literarios del nivel morfosintáctico. El estilo sentencioso, gracias al asíndeton, en el primer terceto, dota al poema de gravedad y patetismo: “Ayer se fue; Mañana no ha llegado; / Hoy se está yendo sin parar un punto” (con la recuperación de estos mismos términos, subrayándolos mediante un polisíndeton, en los versos finales: “En el Hoy y Mañana y Ayer, junto / pañales y mortaja, y he quedado...”). Obsérvese el predominio de formas verbales en pretérito perfecto compuesto, para indicar que el pasado guarda una relación con el presente, que la vida es un todo unitario y no tan inabarcable como cabría pensar. Un efecto similar logra Quevedo con los versos: “Hoy se está yendo sin parar un punto: soy un fue, y un será, y un es cansado”, en los que la perífrasis con un verbo de movimiento incide en la sensación de fugacidad y de tiempo efímero, a lo que se suma de nuevo el polisíndeton que encadena los tres verbos sustantivados, de los que hablaremos enseguida.

Porque, sin duda, los recursos más sobresalientes son los de carácter léxico y semántico. Téngase en cuenta que Quevedo es el principal representante del Conceptismo, movimiento literario barroco basado en el ingenio y la ruptura del equilibrio en el plano del contenido, mediante juegos de palabras, asociaciones ingeniosas de ideas, metáforas, dilogías, etc.

El primer juego de palabras está en el verso 1, ya que el poema comienza con la interjección habitual en la época para llamar a una casa, pero se sustituye “casa” por “vida”: “¡Ah de la vida!”. La suspensión y la dramática interrogación (“¿Nadie me responde?”) imbuyen desde el principio al lector en un contexto de desolación e incluso de vértigo existencial. A continuación, dos versos en paralelo en los que el autor personifica los conceptos de fortuna y tiempo (“La Fortuna ... Las Horas”, de reminiscencias clásicas), igual que en la estrofa siguiente “la Salud” y “la Edad”, a las que confiere la propiedad animada de huir. En los tercetos, hay otros términos implícitamente personificados, porque están escritos en mayúscula: los adverbios (sustantivados) “Ayer”, “Hoy”, “Mañana”: no hay un modo mejor de manejar conceptos abstractos que personificarlos a través de sustantivos concretos (en algunos casos con el artículo determinativo, en otros además, como acabamos de decir, por el empleo de la mayúscula).
Este recurso -la sustantivación- alcanza el punto culminante en el verso “soy un fue, y un será, y un es cansado”. Ahora es el poeta en primera persona el que expresa su asombro y perplejidad con esta ingeniosa metáfora, que es también una paradoja: la vida del hombre –no cualquiera, sino la del poeta en concreto- es a una vez pasado, futuro y presente. El pesimismo se hace patente gracias al adjetivo “cansado”, que califica su estado actual y enlaza semánticamente con los conceptos de “salud” y “calamidad” (hipérbole muy propia del autor) de las estrofas anteriores.
El último terceto constituye el anticlímax y el tono del autor ahora es resignado. En primer lugar, recupera, en forma de quiasmo semántico los tres conceptos del verso 11 (pasado-presente-futuro), con los que gráficamente expresaba el paso inexorable del tiempo, mediante la terna de adverbios hoy-mañana-ayer; a continuación utiliza una metonimia, “junto pañales y mortaja”, antítesis con la que abunda en la idea de brevedad de la vida y condición efímera del ser humano, y termina el poema con una explícita mención de la muerte: “he quedado (es decir, ‘vengo a ser’, ‘esto es lo que queda de mí’) presentes sucesiones de difunto”. El resultado de la reflexión, la conclusión, es la última palabra del poema: “difunto”.

Relación del autor con la época literaria

Hemos comentado que el autor, Quevedo, es el principal representante del llamado Conceptismo barroco, y ya ha quedado suficientemente manifiesto en el apartado anterior cómo este es un poema conceptista. La obra lírica de Quevedo fue agrupada, póstumamente, en dos grandes volúmenes: El Parnaso español y musas castellanas, al que pertenece nuestro poema, y Las tres últimas musas castellanas (1670). En ambas obras hay más de 800 composiciones, la mayoría sonetos, en los que se expresa la dualidad del carácter de este genio de las letras castellanas. Porque el rasgo más característico de Quevedo era su exacerbada sensibilidad moral, que le llevaba a exaltar con la misma vehemencia la justicia, la autoridad, la moralidad, que a denunciar la falsedad y el desorden de las costumbres de la época en la que vivió.

Por eso, se tiende a dividir su producción lírica en dos tipos de composiciones: las de tono grave (desde poemas “metafísicos” –como el que comentamos- hasta los religiosos, ascéticos o políticos), y las de tono satírico-burlesco, entre los que destacan sus conocidísimas invectivas contra su rival literario, Góngora, máximo exponente de esa otra cara del Barroco llamada Culteranismo. Si a los conceptistas les interesaban los golpes de efecto, la ruptura del equilibrio en el contenido, los culteranos o gongoristas pretendían también el efectismo pero sólo en el plano de la forma y en la consecución de la Belleza estética mediante un lenguaje poético, un código alejado de la lengua común.

En cualquier caso, unos y otros ponen de relieve el espíritu de este siglo XVII en el que se inicia una progresiva decadencia de la vida política y social en España, bajo el mandato de los últimos Austrias. Los temas y las fuentes de inspiración seguían siendo las del Renacimiento: el amor, la naturaleza, el paso del tiempo, pero ahora el tono es pesimista y exagerado, y no se busca el equilibrio y la belleza, sino el efectismo y la sorpresa, la originalidad del autor, no la imitación de un canon.

Quevedo fue un autor prolífico y cultivó, aparte de la poesía lírica, la novela picaresca (El Buscón) y la prosa doctrinal (Los sueños, Vida de Marco Bruto). En toda su obra, tanto prosa como verso, aparece la dualidad de la que hemos hablado y ese pesimismo que hemos observado en el texto.

Referencias
El Velero Digital - http://elvelerodigital.com/apuntes/lyl/quevedo.htm
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