Despiadada belleza, me aniquilas.
La luz roza en tu carne mi desierto,
mi camino de sed, mi pasión incesante
de hermosura. A escondidas te admiro.
Aterrada contemplo el universo
que me excluye de ti.
Carente de ternura al caminar irradias
y no miras a quienes, de verte, te hermosean.
Imposible placer, implícito deseo.
Límites míos
en tu desconcertante armonía dilúyense.
De tu amor desvestida permanezco
en el páramo extraño a tu lluvia seminal,
ya que a ti mismo engendras y fecundas.
Aún incluso desdeñas al obediente espejo.
Mas, ¿qué es de tu poder sin el sumiso esclavo?