De tierras de Guatemala
volando mi avión partía;
lloraba con el motor,
con la hélice decía:
—¡Guatemala,
qué triste suerte la mía,
que a ninguna suerte iguala:
dejarte al nacer el día!
Pero yo le respondía:
—Es nuestra la última bala,
volveremos todavía.
(Pareja con el avión
iba el águila imperial,
las duras alas tendidas
sobre la tierra y el mar.
Hoy vuela y vuela, mañana
ya no la verás volar.)
Lloraba una nube sola
junto a la puerta del Cielo;
yo la vi desde mi avión
y le presté mi pañuelo.
—¡Guatemala,
gemía, crespón de duelo,
que el yanqui de nuevo tala
bosques de sangre en tu suelo!
Yo respondí a su desvelo:
—Al yanqui, bala por bala,
no más vigílale el vuelo,
(Pareja con el avión
iba el águila imperial;
plumas de hierro, las garras
abiertas para agarrar.
Hoy roba y roba, mañana
ya no te podrá robar.)
Blanca estrella dolorosa
vi en el aire suspendida;
cuando el sol la consolaba
dijo así con voz partida:
—¡Guatemala,
verte en la calle tendida,
rojo el pecho, rota un ala
y entre la muerte y la vida!
Pero respondí en seguida:
—¡Espérame en Guatemala,
oh pura estrella encendida!
(Pareja con el avión
iba el águila imperial;
ojos de piedra, y el pico
como un sangriento puñal.
Hoy mata y mata, ¡mañana
ya no la verás matar!)