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Alfredo Jiménez G.
8aUn rayo que no cesa, un fulgor instáneo que se vuelve perpetuo con su prodigiosa belleza de perenne efecto destructivo. Se trata de una imagen sublime que define con abrumadora exactitud lo que habita en el pecho del Poeta Miguel Hernández, sabedor de los alcances y el poderío de su palabra. ¿Cómo podría expresarlo alguien ajeno a la Literatura? Por ejemplo un ingeniero hablaría de "una diferencia de potencial entre dos electrodos tan próximos que rompen el coeficiente dieléctrico del aire provocando un arqueo constante entre cátodo y ánodo". Burda palabrería con afanes de precisión que abruma tan sólo con leerla o escucharla. Mejor hablar de "un rayo que no cesa" y que le habita el corazón horadando su estructura que se regenera como las entrañas de Prometeo. Poco más o menos así funciona la magia de la Poesía, que emplea palabras, lo mismo que un tratado de electrotécnia, pero que en la pluma del Pastor de Orihuela, cobran vida inusitada. Octavio Paz nos habló alguna vez de un "petrificado movimiento" que logró hallar en los pétalos de un clavel. La idea de una piedra que se va esculpiendo minuciosa en un proceso de siglos, también le sirve a Miguel Hernández para reforzar la visión de su rayo incesante: "La terca estalactita" que con las agudas puntas de sus "rígidas hogueras" le punza su inquieto corazón. Se trata de una energía de naturaleza inagotable que brota de su propio ser apasionado. Las casi inapelables leyes de la física nos demuestran que "La energía (igual que la materia), no se crea ni se destruye, solamente se transforma". Miguel Hernández supo transformar, ese dolor, esa zozobra y esas inquietudes en genuina Poesía.