Mario Benedetti

—Esta mañana—dijo el profesor—haremos un ejercicio de zoomiótica. Ustedes ya conocen que en el lenguaje popular hay muchos dichos, frases hechas, lugares comunes, etcétera, que incluyen nombres de animales. Verbigracia: vista de lince, talle de avispa, y tantos otros. Bien, yo voy ahora a decirles datos, referencias, conductas humanas, y ustedes deberán encontrar la metáfora zoológica correspondiente. ¿Entendido?
   —Sí, profesor.
   —Veamos entonces. Señorita Silva. A un político, tan acaudalado como populista, se le quiebra la voz cuando se refiere a los pobres de la tierra.
   —Lágrimas de cocodrilo.
   —Exacto. Señor Rodríguez. ¿Qué siente cuando ve en la televisión ciertas matanzas de estudiantes?
   —Se me pone la piel de gallina.
   —Bien. Señor Méndez. El nuevo ministro de Economía examina la situación del país y se alarma ante la faena que le espera.
   —Que no es moco de pavo.
   —Entre otras cosas. A ver, señorita Ortega. Tengo entendido que a su hermanito no hay quien lo despierte por las mañanas.
   —Es cierto. Duerme como un lirón.
   —Ésa era fácil, ¿no? Señor Duarte. Todos saben que A es un oscuro funcionario, uno del montón, y sin embargo se ha comprado un Mercedes Benz.
   —Evidentemente, hay gato encerrado.
   —No está mal. Ahora usted, señor Risso. En la frontera siempre hay buena gente que pasa ilegalmente pequeños artículos: radios a transistores, perfumes, relojes, cosas así.
   —Contrabando hormiga.
   —Correcto. Señorita Undurraga. A aquel diputado lo insultaban, le mentaban la madre, y él nunca perdía la calma.
   —Sangre de pato, o también frío como un pescado.
   —Doblemente adecuado. Señor Arosa. Auita, el fondista marroquí, acaba de establecer una nueva marca mundial.
   —Corre como un gamo.
   —Señor Sienra. Cuando aquel hombre se enteró de que su principal acreedor había muerto de un síncope, estalló en carcajadas.
   —Risa de hiena, claro.
   —Muy bien. Señorita López, ¿me disculparía si interrumpo sus palabras cruzadas?
   —Oh, perdón, profesor.
   —Digamos que un gángster, tras asaltar dos bancos en la misma jornada, regresa a su casa y se refugia en el amor y las caricias de su joven esposa.
   —Este sí que es difícil, profesor. Pero veamos. ¡El puercoespín mimoso! ¿Puede ser?
   —Le confieso que no lo tenía en mi nómina, señorita López, pero no está mal, no está nada mal. Es probable que algún día ingrese al lenguaje popular. Mañana mismo lo comunicaré a la Academia. Por las dudas, ¿sabe?
   —Habrá querido decir por si las moscas, profesor.
   —También, también. Prosiga con sus palabras cruzadas, por favor.
   —Muchas gracias, profesor. Pero no vaya a pensar que ésta es mi táctica del avestruz.
   —Touché.

Otras obras de Mario Benedetti...



Arriba