Mule drivers at an inn, by Karel Dujardin
César Vallejo
Arriero, vas fabulosamente vidriado de sudor.
La hacienda Menocucho
cobra mil sinsabores diarios por la vida.
Las doce. Vamos a la cintura del día.
El sol que duele mucho.
Arriero, con tu poncho colorado te alejas,
saboreando el romance peruano de tu coca.
Y yo desde una hamaca,
desde un siglo de duda,
cavilo tu horizonte y atisbo, lamentado,
por zancudos y por el estribillo gentil
y enfermo de una “paca—paca”.
Al fin tú llegarás donde debes llegar,
arriero, que, detrás de tu burro santurrón,
te vas...,
te vas...

Este bello poema de César Vallejo pertenece al primer libro que publicó, titulado "Los heraldos negros" en el año 1918. Los poemas están fechados uno y dos años atrás. Era un joven bardo en el que ya se apreciaba una fuerte rebeldía ante los tiranos explotadores y ante las limitaciones del lenguaje tradicional. Desde sus 26 años combatió ferozmente a esos dos enemigos. Su siguiente libro sería una obra monumental donde combatiría a un tercer enemigo, este si invencible, la muerte, que se llevó a su madre y a su hermano Miguel. Ese libro sería el conmovedor "Trilce", bello tesoro del que no se sentiría orgulloso, pero que aún releemos con intensa emoción. Del poema "Los arrieros" hay una posdata que no aparece en la presente publicación, la copiamos textualmente para que quede completo: "Feliz de ti, en este calor en que se encabritan/ todas las ansias y todos los motivos;/ cuando el espíritu que anima al cuerpo apenas,/ va sin coca, y no atina a cabestrar/ su bruto hacia los Andes/ occidentales de la Eternidad." Con la palabra 'bruto' se refiere al burro, pero no al santurrón arriba mencionado, sino al etéreo que va arreado por el espíritu abrumado porque camina el arduo sendero hacia la Eternidad (mayúscula del autor), sin coca, porque las escasas hojas que lleva el hombre no alcanzan para el cuerpo y para el alma. Siempre le han tenido miedo los opresores a esa bendita planta, que hasta en las afortunadas regiones donde abunda la tienen restringida. Así pues, el Poeta contempla dos arrieros: El terrenal que es vilmente explotado por los hacendados de Menocucho y el espiritual que se va fugando del cuerpo con una muerte prematura a causa de las penurias. El Poeta César Vallejo también podría ser otra suerte de arriero, que con la mirada fija en el hombre que se pierde en la distancia dirige el horizonte que también va diluyéndose en la oscuridad.

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