A Jorge Zalamea
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La cruz. (Punto final del camino.) Se mira en la acequia. (Puntos suspensivos.)
Yo era. Yo fui, pero no soy. Yo era... (¡Oh fauce maravillosa
Era mi voz antigua ignorante de los densos jugos amar… La adivino lamiendo mis pies bajo los frágiles helechos mojados… ¡Ay voz antigua de mi amor,
Esquilones de plata Llevan los bueyes. —¿Dónde vas, niña mía, De sol y nieve? —Voy a las margaritas
En la redonda encrucijada, seis doncellas bailan. Tres de carne
Los laberintos que crea el tiempo, se desvanecen. (Sólo queda el desierto.)
Cuando sale la luna se pierden las campanas y aparecen las sendas impenetrables. Cuando sale la luna,
Por una vereda venía Don Pedro. ¡Ay cómo lloraba el caballero! Montado en un ágil
La rosa no buscaba la aurora: Casi eterna en su ramo buscaba otra cosa. La rosa
El magnífico sauce de la lluvia, caía. ¡Oh la luna redonda sobre las ramas blancas!
El puñal, entra en el corazón, como la reja del arado en el yermo. No.
La muerte entra y sale de la taberna. Pasan caballos negros y gente siniestra
Los días de fiesta van sobre ruedas. El tío-vivo los trae, y los lleva. Corpus azul.
Yo decía: “Tarde” Pero no era así. La tarde era otra cosa que ya se había marchado. (Y la luz encogía
Eras rosa. Te pusiste alimonada. ¿Qué intención viste en mi mano que casi te amenazaba? Quise las manzanas verdes.