Para Ana María Dalí
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El puñal, entra en el corazón, como la reja del arado en el yermo. No.
¡Ay, petenera gitana! ¡Yayay petenera! Tu entierro no tuvo niñas buenas. Niñas que le dan a Cristo muerto
Lámparas de cristal y espejos verdes. Sobre el tablado oscuro, la Parrala sostiene una conversación
En la mañana verde, quería ser corazón. Corazón. Y en la tarde madura quería ser ruiseñor.
Hay dulzura infantil En la mañana quieta. Los árboles extienden Sus brazos a la tierra. Un vaho tembloroso
El grito deja en el viento una sombra de ciprés. (Dejadme en este campo, llorando). Todo se ha roto en el mundo.
Verde rumor intacto. La higuera me tiende sus brazos. Como una pantera, su sombra, acecha mi lírica sombra. La luna cuenta los perros.
Cuando llegue la luna llena iré a Santiago de Cuba, iré a Santiago, en un coche de agua negra. Iré a Santiago.
Altas torres. Largos ríos. Hada Toma el anillo de bodas que llevaron tus abuelos.
Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas, las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas. Una vestida de verde,
Los caballos negros son. Las herraduras son negras. Sobre las capas relucen manchas de tinta y de cera. Tienen, por eso no lloran,
El campo de olivos se abre y se cierra como un abanico. Sobre el olivar
La tarde equivocada se vistió de frío. Detrás de los cristales, turbios, todos los niños, ven convertirse en pájaros
Los laberintos que crea el tiempo, se desvanecen. (Sólo queda el desierto.)
En la redonda encrucijada, seis doncellas bailan. Tres de carne