Melancólica y triste te suspendes
hacia el cenit del tachonado cielo,
y por todos los ámbitos del suelo
tu blanca luz y tu furor extiendes.
El mar azuleo con tu brillo hiendes;
en él refleja tu amarillo velo;
y luego ¡oh, Luna! con sereno anhelo,
del sol las huellas al seguir desciendes.
Si mudo te contemplo, de repente
se disipan del todo mis enojos,
y con mi plectro débil yo te canto;
porque, cuando tú brillas mansamente
puedo yo contemplar los dulces ojos
de la bella mujer que adoro tanto.