Bernardo de Balbuena

De la famosa México el asiento

Oh tú, heroica beldad, saber profundo,
que por milagro puesta a los mortales
en todo fuiste la última del mundo;
 
criada en los desiertos arenales,
sobre que el mar del sur resaca y quiebra
nácar lustroso y perlas orientales;
 
do haciendo a tu valor notoria quiebra,
el tiempo fue tragando con su llama
tu rico estambre y su preciosa hebra;
 
de un tronco ilustre generosa rama,
sujeto digno de que el mundo sea
columna eterna a tu renombre y fama:
 
oye un rato, señora, a quien desea
aficionarte a la ciudad más rica,
que el mundo goza en cuanto el sol rodea.
 
Y si mi pluma a este furor se aplica,
y deja tu alabanza, es que se siente
corta a tal vuelo, a tal grandeza chica.
 
¿Qué Atlante habrá, qué Alcides que
/sustente
peso de cielo, y baste a tan gran carga,
si tú no das la fuerza suficiente?
 
Dejo tu gran nobleza, que se alarga
a nacer de principio tan incierto,
que no es la oscura antigüedad más larga.
 
De Tovar y Guzmán hecho un injerto
al Sandoval, que hoy sirve de coluna
al gran peso del mundo y su concierto.
 
Dejo tu discreción, con quien ninguna
corrió parejas en el siglo nuestro,
siendo en grandezas mil, y en saber una;
 
que aunque en otros sujetos lo que muestro
aquí por sombras, fueran resplandores
de un nombre ilustre en el pincel más
/diestro,
 
en ti es lo menos que hay, y los menores
rayos de claridad con que hermoseas
la tierra, tu altivez y sus primores.
 
Y así se queden para sólo ideas,
no imitables de nadie, a ti ajustadas,
sólo a ti, porque sola en todo seas.
 
Ahora en las regiones estrelladas
las alas de tu altivo pensamiento
anden cual siempre suelen remontadas;
 
o en más humilde y blando sentimiento
de la fortuna culpen el agravio
de no ajustarse a tu merecimiento;
 
o del mordaz el venenoso labio,
que a nadie perdonó, también se atreva
a mostrar en tu envidia su resabio;
 
doquiera que te hallare esta voz nueva,
en cielo, en tierra, en gusto o en disgusto,
a oírla un rato tu valor te mueva.
 
Que si es en todo obedecerte justo,
esto es hacer con propiedad mi oficio,
y conformar el mío con tu gusto.
 
Mándasme que te escriba algún indicio
de que he llegado a esta ciudad famosa,
centro de perfección, del mundo el quicio;
 
su asiento, su grandeza populosa, s
us cosas raras, su riqueza y trato,
su gente ilustre, su labor pomposa.
 
Al fin, un perfectísimo retrato
pides de la Grandeza Mexicana,
ahora cueste caro, ahora barato.
 
Cuidado es grave y carga no liviana
la que impones a fuerzas tan pequeñas,
mas no al deseo de servirte y gana.
 
Y así, en virtud del gusto con que enseñas
el mío a hacer su ley de tu contento,
aquestas son de México las señas.
 
Bañada de un templado y fresco viento,
donde nadie creyó que hubiese mundo
goza florido y regalado asiento.
 
Casi debajo el trópico fecundo,
que reparte las flores de Amaltea
y de perlas empreña el mar profundo,
 
dentro en la zona por do el Sol pasea,
y el tierno abril envuelto en rosas anda,
sembrando olores hechos de librea;
 
sobre una delicada costra blanda,
que en dos claras lagunas se sustenta,
cercada de olas por cualquiera banda,
 
labrada en grande proporción y cuenta
de torres, capiteles, ventanajes,
su máquina soberbia se presenta.
 
Con bellísimos lejos y paisajes,
salidas, recreaciones y holguras,
huertas, granjas, molinos y boscajes,
 
alamedas, jardines, espesuras
de varias plantas y de frutas bellas
en flor, en cierne, en leche, ya maduras.
 
No tiene tanto número de estrellas
el cielo, como flores su guirnalda,
ni más virtudes hay en él que en ellas.
 
De sus altos vestidos de esmeralda,
que en rico agosto y abundantes mieses
el bien y el mal reparten de su falda,
 
nacen llanos de iguales intereses,
cuya labor y fértiles cosechas
en uno rinden para muchos meses.
 
Tiene esta gran ciudad sobre agua hechas
firmes calzadas, que a su mucha gente
por capaces que son vienen estrechas;
 
que ni el caballo griego hizo puente
tan llena de armas al troyano muro,
ni a tantos guió Ulises el prudente;
 
ni cuando con su cierzo el frío Arturo
los árboles desnuda, de agostadas
hojas así se cubre el suelo duro,
 
como en estos caminos y calzadas
en todo tiempo y todas ocasiones,
se ven gentes cruzar amontonadas.
 
Recuas, carros, carretas, carretones,
de plata, oro, riquezas, bastimentos
cargados salen, y entran a montones.
 
De varia traza y varios movimientos
varias figuras, rostros y semblantes,
de hombres varios, de varios pensamientos;
 
arrieros, oficiales, contratantes,
cachopines, soldados, mercaderes,
galanes, caballeros, pleiteantes;
 
clérigos, frailes, hombres y mujeres,
de diversa color y profesiones,
de vario estado y varios pareceres;
 
diferentes en lenguas y naciones,
en propósitos, fines y deseos,
y aun a veces en leyes y opiniones;
 
y todos por atajos y rodeos
en esta gran ciudad desaparecen
de gigantes volviéndose pigmeos.
 
¡Oh inmenso mar, donde por más que
/crecen
las olas y avenidas de las cosas
ni las echan de ver ni se parecen!
 
Cruzan sus anchas calles mil hermosas
acequias que cual sierpes cristalinas
dan vueltas y revueltas deleitosas,
 
llenas de estrechos barcos, ricas minas
de provisión, sustento y materiales
a sus fábricas y obras peregrinas.
 
Anchos caminos, puertos principales
por tierra y agua a cuanto el gusto pide
y pueden alcanzar deseos mortales.
 
Entra una flota y otra se despide,
de regalos cargada la que viene,
la que se va del precio que los mide:
 
su sordo ruido y tráfago entretiene,
el contratar y aquel bullirse todo,
que nadie un punto de sosiego tiene.
 
Por todas partes la codicia a rodo,
que ya cuanto se trata y se practica
es interés de un modo o de otro modo.
 
Este es el Sol que al mundo vivifica;
quien lo conserva, rige y acrecienta,
lo ampara, lo defiende y fortifica.
 
Por éste el duro labrador sustenta
el áspero rigor del tiempo helado,
y en sus trabajos y sudor se alienta;
 
y el fiero imitador de Marte airado
al ronco son del alambor se mueve,
y en limpio acero resplandece armado.
 
Si el industrioso mercader se atreve
al inconstante mar, y así remedia
de grandes sumas la menor que debe;
 
si el farsante recita su comedia,
y de discreto y sabio se hace bobo,
para de una hora hacer reír la media;
 
si el pastor soñoliento al fiero lobo
sigue y persigue, y pasa un año entero
en vela al pie de un áspero algarrobo;
 
si el humilde oficial sufre el severo
rostro del torpe que a mandarle llega,
y el suyo al gusto ajeno hace pechero;
 
si uno teje, otro cose, otro navega,
otro descubre el mundo, otro conquista,
otro pone demanda, otro la niega;
 
si el sutil escribano papelista
la airosa pluma con sabor voltea,
costoso y desgraciado coronista;
 
si el jurista fantástico pleitea,
si el arrogante médico os aplica
la mano al pulso y a Galeno hojea;
 
si reza el ciego, si el prior predica,
si el canónigo grave sigue el coro,
y el sacristán de liberal se pica;
 
si en corvas cimbrias artesones de oro
por las soberbias arquitrabes vuelan
con ricos lazos de inmortal tesoro;
 
si la escultura y el pincel consuelan
con sus primores los curiosos ojos,
y en contrahacer el mundo se desvelan;
 
y al fin, si por industria o por antojos
de la vida mortal, las ramas crecen
de espinas secas y ásperos abrojos;
 
si unos a otros se ayudan y obedecen,
y en esta trabazón y engarce humano
los hombres con su mundo permanecen,
 
el goloso interés les da la mano,
refuerza el gusto y acrecienta el brío,
y con el suyo lo hace todo llano.
 
Quitad a este gigante el señorío
y las leyes que ha impuesto a los mortales;
volveréis su concierto en desvarío.
 
Caerse han las columnas principales
sobre que el mundo y su grandeza estriba,
y en confusión serán todos iguales.
 
Pues esta oculta fuerza, fuente viva
de la vida política, y aliento
que al más tibio y helado pecho aviva,
 
entre otros bienes suyos dio el asiento
a esta insigne ciudad en sierras de agua,
y en su edificio abrió el primer cimiento.
 
Y así cuanto el ingenio humano fragua,
alcanza el arte, y el deseo practica
en ella y su laguna se desagua
y la vuelve agradable, ilustre y rica.
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