Pedro Luis Duque

El reloj, el tiempo, la comunidad de sueños y un coleccionista de diferencias:

Yo tuve el primer reloj del mundo.
Era un aparato mecánico, relativamente pequeño, con agujas que señalan los números desde el 12, pasando por el 1, y luego hasta llegar al 12 nuevamente. Además hay una técnica para leer el tiempo... supuestamente es útil.

Yo tuve el primer reloj del mundo.

Era un aparato mecánico, relativamente pequeño, con agujas que señalan los números desde el 12, pasando por el 1, y luego hasta llegar al 12 nuevamente. Además hay una técnica para leer el tiempo... supuestamente es útil.
Al principio todo iba bien: el  imperceptible tic tac, el movimiento permanente y dinámico de las agujas a través de los números, llegaron los minutos, segundos y las horas, no en ese orden;
además de los halagos de la gente para el reloj, para él.
Y el tiempo pasó... pasó a través del reloj. Ya el sol no se iba con el atardecer ni me despertaba el amanecer con sus sonidos naturales, no sentía cuándo hacer alguna cosa propia de mi organismo pues todo tenía un tiempo que indicaba el reloj.

Llegó con todo eso un afán desconocido por hacer según las órdenes de el señor reloj. Entendí por qué tenía una correa, y por qué estaba en mi mano... era él quien me llevaba a mí.

Por fortuna por esos días visité el pueblo Reverso, ahí nos reuníamos una vez al año, varios amigos nos juntábamos a soñar por todos los seres que no sabían hacerlo. Dictábamos talleres a los racionales y les rascábamos la mollera y la nuca a quienes jamás habían sentido amor, entre otras cosas.

En esa jornada sufrí la pérdida más valiosa de mi vida: hurtaron mi reloj. Un fanático coleccionista de diferencias estaba muy atraído por él. Mientras 5 o 10 soñábamos mirando volar las hojas de un diente de león, él tomó el reloj, cogió un caballo turbo-plus-ultra y se marchó.

Y el tiempo pasó... pasó a través de mí. Me reconocí estando donde quería estar, me movía naturalmente y mi organismo fue autónomo, como los monos, en automático. El atardecer me indicaba el inicio de la oscuridad, los pájaros y un borracho cantante y feliz me despertaban por la mañana.

Pobre el coleccionista de diferencias, obtuvo un reloj, pero perdió el tiempo, su tiempo.

Le enviaré una carta diciéndole:
“Hola! Ttic tac: lleve por toche.”

Fin.

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