El fantasma me ve, duermo y me ve, despierto y lo presiento, cruzando rápido el piso como un espectro, como un gato negro que se escapa en la periferia de mis ojos que nunca lo ven. El ente siempre está, me rodea y se retuerce, me empuja hacia una duda, me envuelve en el escalofrío voraz de una incertidumbre no natural, cuando siento que se va, cuando creo que por ahí viene. El fantasma está, me persigue sin decirme que quiere, lo escucho en mi espalda, lo descubro en la oscuridad del ventanal, lo encuentro cara a cara al despertar cerca de las 4 am. El fantasma no se va, seguirá ahí para siempre, alimentado con mis temores, atrapado en mis supersticiones, creando espejismos desolados en las arenas negras de mi alma, esperando quien sabe que macabro desenlace que, por instinto, aún no quiero conocer.