El cielo es todo una nube. Al fondo, la estación.
Arriba, una arquitectura horrible y bella de tan fea.
En la plaza, algunas ramas y algunas hojas. Violeta y verde.
Así era Once, que siempre habló por sí mismo.
–¡Pero no le hable de colores al ciego, hombre! Hábleme de
la gente o de algo que pueda sentir.
–Es que no puedo salirme de mí últimamente. Como el que
no puede ver más allá de sí.
–¡Usted es un ignorante! Y peor que el que no ve por no poder es el que,
aun viendo, no aprende por no querer.