Pablo Neruda

El estribillo del turco

Flor el pantano vertiente la roca;
tu alma embellece lo que toca.
 
La carne pasa, tu vida queda
toda en mi verso de sangre o de seda.
 
Hay que ser dulce sobre todas las cosas;
más que un chacal vale una mariposa.
 
Eres gusano que labra y opera;
para ti crecen las verdes moreras.
 
Para que tejas tu seda celeste
la ciudad parece tranquila y agreste.
 
Gusano que labras, de pronto eres viejo;
¡el dolor del mundo crispa tus artejos!
 
A la muerte tu alma desnuda se asoma,
¡y le brotan alas de águila y paloma!
 
Y guarda la tierra tus vírgenes actas,
hermano gusano, tus sedas intactas.
 
¡Vive en el alba y el crepúsculo,
adora el tigre y el corpúsculo,
comprende 1a polea y el músculo!
 
Que se te vaya la vida, hermano,
no en lo divino sino en lo humano,
no en las estrellas Sino en tus manos.
 
Que llegará 1a noche y luego
serás de tierra, de viento o de fuego.
 
Por eso deja que todas tus puertas
se cimbren, a todos los vientos abiertas.
 
Y de tu huerta al viajero convida,
¡dale al viajero la flor de tu vida!
 
Y no seas duro, ni parco, ni terco,
¡sé una frutaleda sin garfios ni cercos!
 
Dulce hay que ser y darse a todos,
para vivir no hay otro modo
de ser dulces. Darse a las gentes
como a la tierra las vertientes.
 
Y no temer. Y no pensar.
Dar
para volver a dar.
 
Que quien se da no se termina
porque hay en él pulpa divina.
 
 
¡Como se dan sin terminarse, hermano mío,
al mar las aguas de los ríos!
 
Que mi canto en tu vida dore lo que deseas.
Tu buena voluntad torne en luz lo que miras.
Que tu vida así seas.
 
—¡Mentira, mentira, mentira!
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