Ahora, allá en los años, en los lejanos años,
desde ese tiempo de oro, desde esos días altos,
vuelves, niño lejano, tapia bajo la luna.
Regresas a esta ventana, tarde llena de viento
sobre el mar. Regresas, noche llena de angustia,
y doblas tu cabeza, oh niño ya perdido.
¿Dónde estarán los seres que atravesó tu infancia,
desde dónde regresan, desde dónde la nieve
que ama el volcán lejano penetra por tus ojos?
¡Oh fauno impalpable, caza los restos
de los perdidos rostros, júntalos esta noche,
reúne sus amores, sus mentiras, sus rabias,
y deja que yo acaricie aquello de sus vidas
que en otro tiempo pude haber amado; deja
que viva en cada uno —¡oh cazador nocturno!—,
deja en mi pecho ahora para siempre una noche,
y por lejanas costas, en países sin nombre,
déjame que abandone un poco de mi muerte!