Miguel Peñafiel

LA MORADA DE LAS ALMAS PERDIDAS

La morada de las almas perdidas

Hay ciertas razones para pensar sobre muchas cosas que ocurrirán. Pues en verdad pasarán demasiadas cosas, que pasará mucho tiempo  antes de que alguno de ustedes pueda traducir mi escrito. Muchos dirán es un cuento como todo los demás, y habrá quienes no crean en él, entonces para ese momento yo ya habré entrado a la morada de las almas perdidas. Si mucho no me equivoco, el espíritu del cielo no sólo se manifiesta en la tierra sino en las almas de cada persona, de cada ser, que logra cruzar al otro lado del abismo.

Me hago entender que es evidente la horrorosa revelación siniestra de cada detalle. Que existe un lugar sombrío donde las almas se aferran aún después de la muerte. Que a diferencia de nosotros que gozamos, ellos proclaman con un estilo de hierro una sed de justicia. Con una pesadez que se siente en la atmósfera y que es conducida por una ansiedad terrible en el estado de la existencia, cosas que no logramos explicar cuando un mal en camina y se nos atraviesa, que logramos despertar de un largo sueño pero ya cuando hemos abandonado el cuerpo de la materia.

Sobre todo esos terribles pensamientos de lo que estamos rodeados, más la sombra nefasta de todo el peso que cae sobre ellos, ese peso de encima nos agobia. Aunque ya los ojos del muerto estaban puestos sobre mí, tanto que llegue a contemplar como las almas salían del suelo y rondaban una tras de otra. También llegue a percibir la amargura de su expresión, donde bebiamos copiosamente con la palidez de su propio rostro. Almas que participaban como plagas y sus ojos donde la muerte se había apagado a medio fuego.

Poco a poco mi voz irá apagándose en la tumba silenciosa, donde por ley perderé los sonidos de mi voz,  sólo seré recordado como  el eco que se pierde lentamente en las montañas y se escucha al otro lado sollozar. Que después de quedar entre las colgaduras del aposento, pasaré al otro extremo sin moverme, sin decir una palabra, que la sombra se detendrá a tocar a mi puerta, y mi alma gustosamente será libre rondando en las noches sin calma. Porque el tono que emitía de las sombras, no era sólo mío, era de multitudes de seres que pentraban entre una sílaba a otra.

Reserva derecho de autor.

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