Hoy vuelvo a aquel sitio donde el vicio respira,
los faroles susurran promesas al viento,
me arrastra la fiebre de su carne encendida,
y el perfume de sombra que embriaga mi aliento.
La penumbra acaricia su silueta salvaje,
como un lienzo en desvelo que incendia la acera,
su piel es un verso de lujuria y coraje,
un poema de carne en la noche extranjera.
Y aquí vengo otra vez, sin consuelo ni abrigo,
a beber de su cuerpo el olvido y la calma,
pues su risa me hiere, y su llanto es mi abrigo,
y su pecho desnudo la prisión de mi alma.
En el borde del alba me consume el deseo,
soy esclavo del fuego que su cuerpo detona,
y aunque jure marcharme, en su abismo me empleo,
como nave que naufraga entre espuma y corona.