¡Hermanos!: ¡Paz y salud!
Alzo mi voz dolorida,
que es voz de la senectud,
y os saludo conmovida
con frases de gratitud.
Varones que a la ardua ciencia
disteis con firme tesón
vuestra noble inteligencia;
los de galana elocuencia;
los de rica inspiración:
Gracias en este momento
en que en mi pobre poesía
pusisteis el pensamiento
con afable sentimiento
de indulgente simpatía.
De vuestro aplauso sincero,
que llega a mi soledad,
recojo el don lisonjero,
como signo verdadero
de santa fraternidad.
De mi olvidada canción
los ecos al resurgir,
revive mi corazón;
porque esas canciones son
el ritmo de su latir.
Guardadlas en la memoria,
y ellas os dirán mi historia,
que, humilde, en poco se encierra;
en el amor a la gloria,
y en el amor a mi tierra;
En el culto al hogar santo
donde era luz y alegría
la madre a quien amé tanto;
en adorar la poesía
que daba al alma su encanto.
Cuanto hermoso y grande hallé
ensalcé con vivo ardor,
y a mi lira confié
mis esperanzas, mi amor,
Soñaba en mi bella edad
con las célicas visiones
de gloria y felicidad:
¡qué dulces las ilusiones!
¡qué amarga la realidad!
Como el invierno deshoja
al árbol de su hermosura,
y con la lluvia le moja,
y con el viento le arroja
derribado en la llanura,
Así el mal me ha combatido,
y su implacable rigor,
que a la vejez me ha seguido,
ha destrozado y ha hundido
todo cuanto fue mi amor.
Vientos de muerte pasaron;
cayó de mi hogar el muro;
pobres mujeres lloraron
y bajo techo inseguro
sus desdichas albergaron.
Por el pan de cada día
la materia lucha y gime:
castigo a la rebeldía
del hombre, en su primer día,
y expiación que la redime.
mis entusiasmos, mi fe.