¿Dónde has estado todo este tiempo?
–me preguntas– ahora que todo ha estado
muy oscuro y silencioso.
¡Se ha caído la luna!
De que vale brillar en soledad –me dice–
ahora que la encontré
entre los arbustos de una tarde saqueada
por las sombras.
De que vale alumbrar a los ojos muertos
—me dice llena de pena—
hoy que la humedad se retuerce y toma
textura de tristeza.
Ahora es una piedra cualquiera;
A veces duerme en un cementerio,
al lado de los muertos,
a veces la encuentro en las noches
y miramos el cielo
—casi mirando las mismas estrellas—
con un poco de remordimiento.
Un día –o una noche, no lo sé–
Dejé de verla y el crepúsculo empezó
a ser más claro,
sin muchas sombras.
Ahora sabe –Magdalena– que nuestra soledad
es peor que la de ella;
Ahora sabe que mi soledad es oscura,
silenciosamente espinosa, sangrienta,
multitudinaria, sin propósito.
Y la tuya es distante y silenciosa.
¡Sin remedio!