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Maria Luisa Arenzana Magaña

LA FIESTA DEL VESTIDO

Sólo la parca queda

Cada día vestí la prenda
de una fiesta que no encontré,
de una playa en cuya arena
no había hoguera,
sino retales de estrellas rotas
y abrazándote ahí, me corté.
 
Y sangré un mar de tierras solas
y entre sus mangas nadé
y aprendí a aullar a los amigos
y entre amigos consolé
y un corazón de baladas
fue creciendo entre conciertos
instrumentos de sangre
nos daban las notas sordas
del silencio
y entre besos achiqué.
 
Me arranqué la fiesta del vestido
y desnuda caminé,
los árboles familiares
que se ahogaban en sequía
con mi sombra desnudé.
 
Besé a un corzo viejo y cansado,
que cruzaba aquel camino
con la dulzura
de la madre al niño
que es anciano otra vez,
y se me escapó la última lentejuela
sobre una lágrima de alfiler
por el bosque corzo y oso,
liebre y zorro y gazapo,
por todo ser que duele,
saíno, porque ¡cómo duele
el dolor del otro!
 
Tengo un alambre de rayo negro
que atravesa todo el universo vivo,
cada corazón de estrella.
 
Y abro de nuevo el armario,
la madera del fondo descuajada
busca a su árbol,
todos los vestido atravesados
tienen agujeros de alambre izquierdo
y sangran deshilados.
 
Y abro de nuevo el armario,
y las perchas son
pájaros recien liberados
que vuelan y se estrellan de júbilo
en sus nubes blandas.
 
Sólo la parca queda
y en parquedad ella y yo
quedamos,
hasta que un caballo helado
me la ruega y se la queda.
 
Yo le pido a la vida
que me deje al menos
ser la percha desnuda y libre
que hoy vuela de esqueletos
en carnes de nube tierna.
 
© Maria Luisa Arenzana Magaña
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